El reloj de Sta. María y la banda municipal de Coca
Ni sabe el tiempo que los hombres
lo cuentan.
A. García
Calvo
Desde que Einstein elaboró la
teoría de la relatividad, el tiempo ha perdido su carácter
de magnitud absoluta. Ahora sabemos que puede aumentar o disminuir en
función de variables externas. Aunque, por encima de
consideraciones científicas, el paso del tiempo es la única
e inevitable certeza que nos invade y nos perturba. Tal es
así que, para el desarrollo de la humanidad, pero también de
nuestra vida diaria, necesitamos tenerlo atrapado y medirlo en unidades
estables y universales: años, meses, días, horas… En
un plano más cercano, en el de la cotidianeidad de nuestro pueblo,
el reloj de la iglesia es esa referencia que ha servido ─antes más
que ahora─ para testimoniar el paso del tiempo, acompasar y
acompañar el desarrollo de los quehaceres diarios. Y aunque los
instrumentos que nos marcan este suceder son muchos, el reloj de Sta.
María no deja de ser esa alusión cercana que necesitamos, un
elemento urbano que se nos presenta como necesario e indispensable. Si el
reloj marcha bien parece que todo está en su sitio, que hasta en lo
más elevado las cosas funcionan y que, además, alguien se
ocupa de que así sea, lo que nos acerca a una zona de cierta
seguridad sobre la dedicación que merece lo que está por
debajo.
Hace unos días que el Ayuntamiento
ha reparado este reloj. Me sentí aliviado porque me inquietaba la
frecuencia y la naturalidad con que las palomas entraban y salían
del habitáculo a través de la quebrantada esfera sur. Y
ahora, una vez restaurado, se me antoja que esas esferas gozan de un lugar
aventajado y único, no solo por su altura sino porque son como
expectantes ojos que escudriñan y dominan todo el espacio
circundante, los cuatro puntos cardinales, por lo que desde esta
privilegiada atalaya han sido testigos de la historia del pueblo durante
todo el siglo pasado y lo mismo sigue siendo hasta el presente. Ya me
hubiera gustado estar en su lugar cuando se construyó el primer
templete para la Banda o mientras se levantaba la Casa de Villa y
Tierra.
Aspecto de la antigua maquinaria del reloj de la iglesia de Santa María la Mayor
El reloj fue un espectador distinguido de
todos los acontecimientos sociales: de la agitación de los
niños en el rebate, de la animosa llegada de las novias, del espeso
silencio a la entrada de un ataúd en el templo…; de los
actos lúdicos: los novillos en el coso formado por carros en la
Plaza Mayor, los bailes de rueda, los partidos de pelota…; de los
religiosos: las jotas ante S. Roque, el Encuentro, la sagrada custodia
bajo palio…; de los culturales: las marchas solidarias, la
unión de poesía, imagen y música en un mismo
espectáculo, los conciertos…; o de los extraordinarios: el
funambulista subiendo por un alambre hasta el tejado de la iglesia, la
tala de la olma centenaria, la llegada de un carro desde la Medialegua
portando un moribundo… También de los históricos: el
mitin del Conde de Adanero repartiendo dinero a cambio de votos, la
proclamación de la República el 16 de abril del 31 con la
Corporación y la Banda de Música recorriendo las calles tras
la bandera tricolor el día anterior a la constitución de un
Ayuntamiento con ocho concejales monárquicos y un solo concejal
republicano, la huelga resinera convocada unos días antes del
comienzo de la guerra civil, el traslado desde la iglesia hasta el
ayuntamiento de los bancos y alfombras destinados a la corporación
municipal (unos años después restituidos), el concierto
comenzando al ritmo del Himno de Riego…
Se diría que toda la vida pasa por
su mirada: una fuente monumental de quita y pon, un mayo enhiesto, un
escenario desmontable, un clamor lastimero, una pareja besándose,
las merinas trashumantes, las ruidosas chovas, el redoble que anuncia un
bando, la camioneta de las Misiones Pedagógicas, el dulzainero
esperando, las escandalosas comparsas, las dianas, el toque a rebato, los
cabezudos, la traca, los acordes, los himnos, las banderas…
Además, el reloj y sus cuatro
grandes ojos tienen su propia historia y han pasado por sus propias
vicisitudes. Aún recuerdo una compleja e indescifrable maquinaria
llena de ruedas, ejes y engranajes sustituida ahora por un simple cilindro
electrónico verde sincronizado por radio. Ya se rompieron varias de
las esferas en el año 30 y se solicitó la reparación
de las mismas a la casa suministradora (Moisés Diez, de Palencia).
Al año siguiente adoleció de un funcionamiento
deficiente… Tenía en esa época un mayordomo que se
hacía cargo de su mantenimiento y quién mejor para ello que
el encargado de custodiar y asistir a lo sagrado para ocuparse de la
mundana y terrenal medida del tiempo. Era el sacristán quien
realizaba esa función, aunque no debía de estar muy
satisfecho de su reconocimiento cuando pidió un aumento de sueldo a
comienzos del año 32, gracia que no se le concedió pues
juzgaron como suficiente las 200 pts. anuales que cobraba.
Pero, entonces, ¿qué
relación tiene el reloj con la Banda de Música? Hay quien ya
lo ha adivinado. Pues que su fundador fue Agustín Sierra,
sacristán de la iglesia de Sta. María y primer director de
la misma desde aquel 24 de noviembre de 1917 en que fue creada “La
Caucense” y desde su primera actuación durante la
inauguración de la Fuente de la Alameda el 7 de abril del
año siguiente. Luego vendrían otros: Manuel Hernández
Picón, José González…. Y desde entonces, hasta
ahora.
Adolfo Rodríguez Arranz
Marzo, 2021